domingo, 17 de mayo de 2020

CIELO ARDIENTE.


Con el sol alumbrando en sus confines
me besaba con beso apasionado;
de mi cuerpo nacía desbordado
un aroma de rosas y jazmines,
que dejaban el aire perfumado.
                                                               
Los jilgueros volaban la pradera
entonando sus trinos celestiales;
que traían las notas musicales
que encendían de amor la gran quimera,
que ondulaba al compás de los trigales.

Los maizales lucían tan radiantes
con la luz de magníficas estrellas,
que irradiaban lumínicas centellas
cual si fueran collares de diamantes,
que dejaban un haz de regias huellas.

Observando el paisaje colorido
yo escuchaba de Albano sus canciones;
con arpegios febriles y dulzones
que dejaban mi espíritu perdido
entre nubes de mágicas pasiones.

Fue simbiosis de amor y de locura
en su mundo de luces argentadas;
disfrutando el calor de sus miradas,
y la magia esplendente de Natura
avivando mi esencia apasionada.

En sus brazos, sus prados y su estancia,
yo viví de pasión un cielo ardiente;
y jurándole amor eternamente,
me embriagaba del campo su fragancia,
y de su alma su fuego tan candente.




Autor
Antonio Carlos Izaguerri.  

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