Un rincón de la memoria,
guarda retazos de tiempo,
sobresalientes momentos,
que viven en el recuerdo.
Aquella cálida tarde,
aquel esperado encuentro
y las risas y alegrías,
que se quedaron impresos,
como huellas indelebles,
grabadas a fuego lento.
El sabor que deja el beso,
apasionado y sincero.
Bajo la sombra del árbol,
en la placidez leyendo.
La caricia de la arena,
hormigueando los cuerpos.
La suave brisa peinando,
los aeróbicos cabellos.
La belleza arrebatando,
los sentidos y el deseo.
Una gota de ternura,
que edulcora el pensamiento,
la voz acariciadora,
de un profundo sentimiento.
Unas diminutas lágrimas,
rodando entre los recuerdos
y la mirada que mima,
suave como el terciopelo.
En el centro el cosquilleo,
del enamorado cuerpo.
Volutas de fantasía,
que la realidad adornan,
imaginando otros tiempos.
Una palabra perdida,
en los labios entreabiertos,
en el infinito espacio,
donde declaman los elfos.
La dibujada sonrisa,
en el expectante espejo
y un soplo de irrealidad,
para soportar los huesos.
Ojos profundos y diáfanos,
que no esconden recovecos,
mirando de frente al día,
con la verdad y el misterio.
El verso en las carnes preso,
junto al amor prisionero
y sobre el rostro la brisa,
dando a la piel su concepto.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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