Desperté en el paraíso
de tu cuerpo deseable para mí.
Éramos fruto prohibido
Y envuelta en la piel
De tus caricias comimos
el fruto prohibido.
Tú con sutileza me mecías
en cóncavo y convexo
en el árbol de la vida,
del bien y del mal nos debatía.
Fruta madura del manjar
Comíamos, saciando el hambre
de amor entre sus ramas,
seguía mecida de pasión
y de deseo entre tus piernas
que fuerte me apretaban
y me retenías entre tus brazos,
ahogando con pasión desmedida
desobedecer para comer del árbol.
Abrazamos la grandeza
y la fuerza del amor
con el calor del cuerpo
sabiendo que lo prohibido
nos lleva a los infiernos
y sin remordimiento alguno
prometimos vivir amándonos
y como buen vino tinto
bebimos la piel en cada beso
sin culpa y sin castigo.
Y abrazados nos tuvimos
en un paraíso desconocido
que nos hizo despertar
pasiones llevándonos a tener
fuego en la sangre y luz en los ojos,
para sabernos salvos de vivir
este amor sin penitencia,
sólo por pecado venial
para darnos en cuerpo y alma
en vino de amores terrenal.
Soltamos el desnudo
para amarnos
sin pudor y sin recato:
En el paraíso terrenal
de los deseos:
Despertamos mañanas
envueltos de amor
y nos comimos
el fruto prohibido,
éramos fruta codiciable
en un paraíso de amor.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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