Siempre me quedará tu sonrisa,
¡Aleteos de campanillas!
Amapolas bailando en cuerdas de guitarras
Trepando cual guirnaldas a los acordes,
Por luces de senderos sin nombres.
Yo anduve caminos después de aquel tiempo
Y jamás vi un reflejo
Como bello tu rostro.
Bello, bello en su silencio, y en su movimiento,
Y en su cálido abandono
En las manos de Eros …
O en los brazos de Venus.
Ta no tendrá los días el color de aquellos,
Lo sé; el arcoíris ya no será completo.
Tu rostro lo dibujan ahora hadas y ninfas,
Y otros seres con formas invisibles
En lugares donde los colores son inventos.
La luz, al mediodía, suele ser cegadora,
Pero nunca lo es tanto
Como aquel dulce aroma en mi boca.
Van los minutos al encuentro del tiempo,
Y yo, por él, al encuentro de mí;
Al regreso a mi célula madre
Al ínfimo impulso de mi luz,
Y no tengo miedo de no reconocerte,
Allá en donde la nada germina.
Lo sé, puede que tú y yo no volvamos a ser,
O tal vez, volamos para hacer una nueva ruta,
De otra hilera de incondicionales vivos,
Mas no importa, ya no importa …
En la ignota esencia,
Yo guardaré tu sonrisa,
Tu sonrisa de eterno eco …
Y oiré a las amapolas trepar por las guitarras,
Soledades de bulerías,
Milongas de semblanzas …
Sí, siempre me quedará tu sonrisa
Al compás de mi sonrisa en la nada.
Tu sonrisa blanca, tu sonrisa clara,
Aquel caudal de la fuente
De mis delicias …
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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