Consumiéndome, dejo en humos
La solidez de la unidad,
Para perderme en el aire
Que vago acoge mi intoxicado ser.
Como recuerdo, que con el tiempo es olvidado,
Me desvanezco en su inmensidad,
Negando efusivamente la llegada de mi anochecer.
Calada tras calada, mi razón de ser me destruye,
Y el fuego del destino dócilmente me acaba.
Ahora, ni el mismo aire
Desea alojar mis incertidumbres,
Cuando en la hoguera de mis dudas impunes
Expiran lentamente mis palabras.
Aquello que anhelaban mis lágrimas se ha perdido,
Dando paso a la mecha que quemó mis alas,
Con sangre, en el papel de mi cuerpo estaba escrito:
Moriría algún día por mis propias balas.
Aún quema en mi garganta el licor maldito,
De la herida, siempre virgen, que espantó mi calma.
El más amargo trago que dejó tu olvido,
Perdura eternamente en constante venganza,
Desde que la absurda cobardía del amor vivido
Se convirtió en el cigarro que desgastó mi alma.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri,
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