El último árbol fugitivo,
Se desplaza con el trueno de una esperanza fallida.
Los montes se preñan de negros augurios,
Y llenan sus vientres de futuros vacíos.
Ella está aquí, y ya no lo está.
Cierra tus ojos para que la veas,
Asomándote a un abismo lleno de latidos de afecto.
Cierra tus ojos y sentirás el vuelo de sus enaguas.
Porque ella está lejos, en el horizonte de los inviernos,
En las tumbas de las falsas ilusiones,
En la cerca que separa la razón del miedo,
En los grandes ojos de una niña sin voz,
En todas las nubes de esperanzas perdidas,
Como un pulpo hundido en el cenagal de su muerte.
El insomnio es el libro de su existencia,
Y las brujas del sueño son sus acólitos.
Siente sus cabellos ondulantes y libres al viento de las
estrellas.
Se aloja en la sangre de una engreída serpiente,
Está en las olas de una vida sin retorno,
Llena de la oscuridad naciente,
Y no la ves porque anida en el mármol de la eternidad.
Ella no tiene esperanza ni futuro,
Tampoco es consciente de su verdadero pasado.
Es un ente innocuo que surge del estremecimiento,
Es un aliento vagando por el camino que no cree en el
retorno.
Y las mariposas no pertenecen a su incorpórea existencia.
Es un alma en pena.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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