Duele el corazón,
roto en mil pedazos;
el pensamiento infame,
que se niega a largar amarras
y enfilar un nuevo rumbo.
Duelen los besos perdidos,
los abrazos ausentes,
las palabras dichas,
las horas de amor interminable.
Duele el recuerdo amado,
el tiempo compartido,
el futuro añorado.
Duelen las miradas tiernas,
los silenciosos diálogos,
las caricias eternas.
Y ¿por qué?
¿Por qué duele
lo que ya no existe,
lo que ya se ha muerto,
lo que se ha diluido
en la bruma del olvido?
Quizá porque no ha muerto,
aunque no exista;
como un zombi vagando
por un mundo maldito
sin rumbo,
sin destino,
sin futuro,
arrastrando un recuerdo.
Sí, quizá por eso
duele.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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