Te veo lejos, y te siento tan dentro que me estalla el
pecho…
Ahora que la cercanía es puro reflejo,
deshonrado quedo ante el altar que fue protagonista de
nuestros recuerdos…
Tu alma queda tranquila camino del cielo,
mi alma quedó desolada camino del infierno de tu memoria…
Reclamo silencio y ahuyento a la soledad,
temiendo tu rostro pálido reflejado en mi espejo…
Sorprendido, agoto a la amargura de mis ojos tristes y sin
desamparo…
Te quiero lejos, tan lejos como el día en que naciste,
que desafortunada fue tu presencia, en el presente que me
diste…
Duras palabras para mi corazón, corazón que ya no existe,
quedando marchitado por una esperanza ya evaporada
en un mar de lágrimas con un llanto ya acabado…
Mi fuerza se diluye en el abismo…
La profundidad de mis emociones son tan plenas que apenas
las reconozco…
Vacío me encuentro en tu pérdida, la cual ni busco ni
encuentro…
Soledad dispuesta acógeme con tu veneno,
saciando mi sed infinita que dejan tus lamentos…
La oscuridad se cierne entre mis brazos
y una ráfaga de aire frío sacude mi pelo…
Hace frío en esta habitación en la que hace días me
encuentro,
arropado entre mantas protegiéndome de este silencio,
donde ni siquiera el eco responde ante mí…
Solo quedando vivos los latidos de mi corazón,
que apagando mi inconsciencia dejan cao a mi otro yo…
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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