sábado, 25 de noviembre de 2017

LUCEROS AL VIENTO.

Fue un centenario árbol,
en medio de la nada,
quien se transformó en mi todo,
cuando escribí en él,
una promesa de amor eterno,
que juraron tu nombre y el mío.

Había olvidado todas las penas,
que grabó el tiempo
en los días de mi infancia,
con la severidad de duro inquisidor.

Había llenado mi corazón
con anhelos renovados,
anhelos que eran de ti y para ti.

Había dejado a nuestros labios
tejer un lienzo de pasión,
dulce sabor en nuestras bocas
como un manjar al paladar
y con el ardor de nuestra juventud
nos enredamos en el calor
que sumaron nuestros cuerpos,
pero, te fuiste.

Sentado en mi sencilla silla,
por incontables tardes de verano,
deshojando sus brisas
y recolectando luceros,
uno por cada noche que no estabas
aquí, hoy, conmigo.

Así estaba yo,
contando mis tristezas al ocaso,
ocaso que se dignó en escuchar,
así estaba yo,
recolectando luceros de arrayán,
por si algún día regresabas.

Mis lágrimas errantes
mojaban los recuerdos
que atesoraba en el pecho,
camino hecho con aguas de tristeza,
donde se bañaba uno que otro ruiseñor
y fue lluvia en cielo de verano.

Viento con aires de cotilla,
del oeste llegaste muy agotado,
-”¿qué esperas, tú, hombre de alma vieja?”,
dijo, preparando su dardo venenoso,
-”Le espero a él, a mi amor del bosque”,
con voz tejida de esperanzas le dije
y con una sonrisa burlesca entre dientes, me dijo:
-”ay querido,
guarda tus luceros para quien los merezca”.

Enrollé la noche
en mis manos manchadas de desamor,
con el corazón temblando de frío,
tomé todos los luceros que guardé para ti
y los lancé al viento,
rogándoles en un lavajo de lágrimas,
que iluminasen mi camino,
que me lleven a un amor infinito,
tan perenne,
como el centenario árbol
en medio de la nada,
que un día acogió nuestros nombres
en una calurosa tarde de verano.





Autor 
Antonio Carlos Izaguerri.  

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