El juez dicto la condena y sus labios se convirtieron en mi
celda.
A pesar de lo frío que era ese sitio se convirtió en mi
lugar favorito.
Y eso que nunca he sido amante del invierno, pero por él
aprendí a soportarlo.
No paso mucho tiempo para darme cuenta que su boca se hizo
para mentir,
Pero créanme, esa boca maldita, me dio los mejores besos de
mi vida.
Mis labios poco a poco se hicieron adictos al sabor de su
saliva,
Cada día iba necesitando una dosis de aquella droga que
asesina,
Sabía que tarde o temprano me dañaría,
Pero cuando caí en cuenta me había convertido en una adicto.
Llegaba y se iba de mi vida, me quitaba y me devolvía la
vida.
Susurraba sus mentiras al oído pero me besaba con su
sonrisa divina.
Jugaba con mi tiempo, con mi razón y el corazón.
Y yo, por decisión propia seguía preso en esa cárcel vacía.
Un día abrió la puerta de la celda para dejarme en libertad,
Se dio cuenta que no podía mentir más,
Tal vez le dolió el corazón con mi dolor
O tal vez tan sólo se cansó.
Lo asombroso, es que no salí,
Quede aterrado como un pájaro a quien dejan en libertad,
Pero no vuela por miedo a morir,
Y es que no importaba que nuestro cuento fuera inventado,
Podía soportar otro poco de caos si otra vez me hubiera
besado
Pero ella se fue, ya no volvió, mi ilusionista desapareció.
Y mi corazón, al final de todo, murió.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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