Olor a casa antigua de altos techos.
Cerradas celosías.
A cuero de las sillas de madera.
A anciana, que refuta mi derecho
de desorganizar las chucherías
que cubren cada mueble cual si fuera
ceniza que caía.
Olor a tía vieja,
a visita, a casa con liturgia,
a próceres e historia,
a sables corvos que alguna metalurgia
patricia forjó para la gloria.
A café de pocillo en la bandeja.
A vitrinas cerradas que reflejan
retazos de memoria.
¿A dónde estás ahora, Tía Amada?
Tus frágiles muranos, ¿dónde están?
¿Se los diste a tu abuelo, el Capitán
cuya sangre regó Cancha Rayada?
Ese aroma a lavanda
que asocio claramente a tu mirada,
tu mirada cansada,
y tus historias siempre renovadas
que siempre vuelven como nube blanda
los dieciochos de marzo. Seguirán
poblando mi memoria. Aquí están.
Aunque ya son recuerdo. Ya son nada.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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