Cuando desperté ahí me encontraba, mirando esos ojos,
con ese resplandor que iluminaba mejor que el sol.
Su piel tan cálida como tarde de verano
y esa suavidad reflejaba esa sencillez
que habitaba en su corazón.
Cuando miraba sus manos, sabia con toda seguridad,
que esas eran las que iban a encajar con las mías,
formando una perfecta armonía, armonía que querría
repetir por el resto de mi vida.
Estar en sus brazos
y nunca querer desprenderme de ellos,
sentir su respiración era una ecuación que deseaba
resolver, una y otra vez.
En el atardecer sabía con toda seguridad que me dará
de comer con su amor a mi corazón.
Esa sensación que no tiene explicación, no podrá ser otra
cosa que amor,
y el estar sin ella implicará perderlo,
perder esa luz que iluminaba mejor que el sol,
perder quien apagase mi razón y encendiese mi corazón.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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