El aire anda
ligerito, compasivo, bailarín.
Y escabullido pasa por las esquinas
de mi ventana cerrada.
El sol, majestuoso ex dios.
Le da, le quita, le fluye
sus fogosos rayos a la flor del ulmo.
El agua,
dadora de vida,
ahogadora en mar con furiosa marea,
que a los peces librará por siempre del polvo de estrellas.
Y yo, con esos tres,
por mero instinto a uno lo ignoró y mientras mantengo la
calma lo exhalo.
Al otro lo toco, de lejos lo toco.
Lo busco, me encuentra.
Y broncea mi piel en el campo cortando la leña.
Mi piel cuando corro jugando a esquivar la marea en la
arena.
Y la última
la bebo, me lava,
y suavemente me acaricia.
Sea potable o naturalmente del río azulada.
Y cual trato con los tres,
de esa forma trataría el aroma,
el tacto, el amor que me llevó con tus arranques y con tu
sano juicio.
Con tu locura de muchas tonalidades.
Tu amor trataría
suavecito, suavecito.
Silenciosamente,
disimulando para que no hubiese humano que pudiese
descifrarlo y derrumbarlo.
Porque en la humanidad hay malura de lo que se quiere con
locura.
De incognito, en clandestino,
los latidos que hasta el corazón sabe,
daría susurrando.
Bisbiziando te daría los te quiero.
Y casi a hurtadillas recibiría tus anhelos.
Tu callando y yo con tus besos guardando silencio.
De incógnita, una vez más, pero en silencio
haciendo - ssshhh - Con cada exceso.
Con tal sentimiento apreciaría tu luz,
velaría por el bien del espíritu que mueve tu cuerpo.
Y en la sazón de las noches
en la oscuridad de mi cuarto
de rodillas a la duda que guardo de Dios le pediría,
con duda pero tranquila.
Sabiendo que si existe me escucha
y si me escucha entiende mi duda,
la necesidad que tienes
de aire, luz y agua.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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