Ocres y oro en la tarde
tiñen de color la vieja alameda,
que atraviesa un fino hilo de plata
por do fluyen mis penas.
En un viejo olmo canta el ruiseñor
un canto de amor a su compañera,
¡oh grata melodía
que a mi afligido corazón contenta!
Las níveas nubes se visten de grana,
cual las amapolas en primavera,
purpúreo icor de dioses vertido
en ígneas llamas de célica hoguera.
En fragoso silencio se sumerge
todo lo que me rodea,
tan sólo se oye el sigiloso paso
del amargo caminar de mi pena,
que poco a poco se clava en mi alma
como aguda espina que hiende mis venas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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