La habitación a oscuras, llegando a casa como
siempre ella me esperaba como cada noche, ir a ducharme antes de ir abrazarla.
Cuando me acerque la abrace con tatas fuerzas,
como cada madrugada le conté mis penas y alegrías, le dije lo triste que me
sentía, que estaba en pena y agonía.
Que aún me dolía aquella rodilla y el dolor
aguantar más no podía, la apreté con fuerzas y le seguía contando, le pedí
disculpas porque mis lágrimas no contenía.
Le dije que Extraño mis pequeñas crías, que
daría todo por poder abrazarlos, besarlos y mimarlos, poder darles este amor
que para ellos tengo guardado.
La abracé con muchas más fuerzas mientras ella
mi cabeza sostenía, empapada con mis lágrimas cada noche hay estaba
escuchándome en el silencio de aquellas madrugadas.
Le conté de aquella gran mujer que se
desvelaba por cuidar mis hermosas crías, que no dormía sin saber si había
llegado a casa después de esos fatídicos días, que difícil es la lejanía, que
cruel es el tiempo.
Recuerda mi querida confidente que te
agradezco por siempre estar hay en todo momento, por aguantar mis babosadas,
mis espantos en las noches, mis ronquidos, todo mi mal dormir. Gracias mi
querida almohada por estar hay para mi, de nada te quejas, me escuchas en el
silencio cada noche y cada día, eres mi dulce compañía, tu almohada mía.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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