martes, 17 de marzo de 2020

TU AMOR PERFECTO EN MI MUNDO.

Con todo mi cariño a Shara

¿Qué puedo reclamarte en mis últimos instantes?
¿Bajo qué premisa puedo juzgar tu acto como injusto?
Me reconfortas en todos mis trances indecisos,
y en la alborada tu llama me abrigo del frío.
No hay ni un solo motivo para reclamarte nada,
si me llenas de vida cada vez que los ojos cierro
y en mi mente dormida creas un mundo de ensueño,
amándonos solos tú y yo con pasión desorbitante.
La intensidad de tu amor me acompaña noche y día,
que si de tu mundo perfecto me echas al ostracismo,
nuestro descontrolado idilio me alentará para volver,
para estar a tu lado, y amarte y que me ames,
sin reclamos, sin limitaciones ni privaciones,
con tu sinceridad, con tu pureza y tu entrega total.
Has llenado a mi vida completamente de encantos
y me queda amarte para siempre de modo igual.

Si tú no eres la perfección,
eres lo más cercano que se le parece,
porque si el amor es perfecto,
yo conozco al amor, sólo en ti.
Y para mí, perfecto el amor es,
porque precisamente de ti surge.
Porque mi mundo se trocó
más perfecto y muy inmediato
a lo que es la perfección,
desde que me regalas
sin condiciones tu crecida efervescencia,
desde que nuestros corazones
aceleran sus pulsaciones
cuando sienten la proximidad.
Tu virtud no radica en tu pulcritud,
si no en tu bello comportamiento
al producir cosas lindas
que tornan a mi mundo tan perfecto;
por el ferviente calor de tus manos,
con que a mi vida vistes de gala,
por el delirio que a diario me concedes
al ver la vida con una mejor visión.
Tu perfección radica en el hecho
de darme motivos para estar vivo,
de poder amar y de ser amado,
por irrumpir con ímpetu en mi lecho,
por darme eternidad en un segundo,
por la dicha sublime de encontrarte
y poner tu amor perfecto en mi mundo.

Bello paisaje donde reposa tu pensamiento,
donde una vez se pintaron los elementos hermosos
de los momentos que tu memoria aprecia,
donde más felizmente te regocijabas en ellos
con tu alma soñadora y coloreabas un porvenir
amable y bondadoso que opacaban la ocurrencia
de los hostigantes reconcomios de una época.
Vuelves sutilmente con tu imaginación a ese lugar,
y te das cuenta que ahí siempre has estado,
buscando anidar en el lecho del ave que mora
sosegadamente como guardián de tus crónicas.
Simplemente otro lugar así, no hay igual,
y volverás muchas veces, cuando tu alma llora
y cuando tu alma ríe, porque aquel espacio
es la obra de arte que va pintando tu memoria
mientras recorres el camino hacia la eternidad.

¿Qué hay más grande que la inmensidad
que ostenta el expansible universo?
¿Qué más perenne que la ininterrumpida
sesión de la eternidad donde mora Dios?
Sin embargo todo se torna minúsculo
en la complejidad de un sublime beso
y la eternidad se comprime en el segundo
de una brevedad tan intensa e inolvidable.

Conectarme contigo, ¡que excelso!
en un ósculo sagrado santificar
mi entelequia en la religión de adorarte,
y en cada culto sublime merecerme
tus labios enardecidos para expiar
a cada una de mis libaciones.
Rictus bendito, que a mi alma redime,
que en el sagrario de tus mejillas
se reserva, para mí, la exoneración;
no me queda más que ofrendarte
mis labios para entrar en comunión.
Redentora mía, con tu mudez declara
que me eximes siempre de mis yerros,
y que merezco llegar a tu cielo,
por tu ingente benignidad,
y prémiame con la gloria excelsa
en cada rictus religioso
y en la brevedad de un ósculo
dame el paroxismo de tu eternidad.



Autor  
Antonio Carlos Izaguerri

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