Ni siquiera la obscura bruma de la noche hacía
desaparecer tu hermosura, allí apareciste, en medio de la penumbra, producida
por una pálida luna.
Tus Pupilas dilatadas, tu cabello negro
azabache, tus pecas en la cara y mi mirada encantada con semejante musa personificada.
Fue tanta mi admiración por ese rostro ¡oh,
aliento que vivifica!.
Solo tú puedes hacer retoñar con tan suaves
caricias a una flor que creían marchita, tienes ese poder, eso de mi alma nadie
me lo quita.
Pionera de mis escritos, primigenia en todos
mis versos, solo tú me entiendes por eso
contigo converso.
Sabes mezclar y tocar lo profundo con lo
trivial, me haces percibir la azúcar como sal y viceversa, volviendo todo un desorden en mi paladar
cuando degusto tus labios al besar.
De mí tienes lo más puro: un corazón
restaurado, probado en fuego y que no te va a defraudar, pues no hay conjuro
que pueda atarlo al mal y mucho menos si estás a mi lado.
¿Ahora si te queda aclarado que no te he
olvidado?
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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