Caminamos el prado,
florido y lozano,
con el deseo arcano;
Su talle al mío abrazado.
El arroyo se ofertaba,
cristalino y fresco,
como el anhelo terco,
del beso que deseaba.
Sentía su aliento tibio.
Seductor y apetecido,
fragante como un lirio,
recién florecido.
La hierba se ofrendaba,
cuál tálamo agreste,
a lo que tanto ansiaba,
bajo el cielo celeste.
Y los labios callaban,
hablaban las almas,
las caricias quemaban;
Las pieles fueron flamas.
Como dos serpientes,
enredamos los cuerpos,
entre gemidos ardientes,
y ávidos movimientos.
Y el prado olió a celo,
a entrega y
pureza,
y bajo el límpido cielo,
amarla fue mi promesa.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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