Escribo para ti,
despejándome los ojos del alma,
y arrancándole a la luna
las hermosas melodías de una nana.
Hay poemas en tus ojos que me ofreces,
y me muestras, en tus letras día a día.
Los persigo y los acoso como un pobre
mendigante,
como el niño que buscaba su refugio en los
portales
cuando oía la tormenta del verano.
Y es que encuentro la caricia, y el regalo,
que añoraba en cada verso y cada letra
que publicas y te leo.
Poco a poco te conozco y te valoro,
por la brisa, que me acercan tus poemas,
por el aire que te abraza
y revuelve tus cabellos,
por el rictus soñoliento de tu boca,
por los ojos tan alegres que dormitan en
silencio
y hasta siento como vibran tus pupilas.
Me he llegado hasta tu lado
y lo hago en el silencio de la noche,
cuando duermen las lechuzas en las ramas de
los robles,
cuando callan las aceras y se alteran las
resacas de los mares,
cuando buscan los amantes esos ojos
que, cerrados, les encantan y subyugan
con su magia ...
Y corremos en los sueños por los bosques
y también por las ciudades.
Compartimos ese rezo en un iglesia
mientras vamos observando aquellas frases
que las piedras han dejado en las murallas,
contemplamos a los nidos que hay colgados en
las torres y murallas,
a las fuentes cantarinas de las plazas,
al semáforo daltónico de las calles y
avenidas,
y volamos y temblamos
alcanzando el universo con la punta de los
dedos
en un viaje sin fronteras y sin huellas
que nos lleve hasta el Olimpo
y que nunca nos despierte de este sueño ...
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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