Un viento frío y silencioso que se derrite en
las verdes y señoriales colinas de un áureo paisaje vespertino, revive mis
memorias cual pálpito de huellas fugaces, cual mudo canto de brillos
lacrimales, cual lienzo de pensamientos pétreos en la incompletitud de las
respuestas ausentes que nutren a mil preguntas naufragantes.
Un cielo ya nublado que bebe tenuemente las
últimas caricias crepusculares del horizonte terso, se envuelve en el manto
silencioso de un anochecer que llega con pasos de un tiempo somnoliento y
desgastado, mientras mis recuerdos y mis anhelos juegan en el espejo acuífero
de aquellos sueños distantes, borrosos y olvidados; sueños que luchan por
romper las agrias cadenas de la lejanía durmiente, y así escapar de la
sofocante prisión de un olvido silente y congelado.
Las estrellas ya tejen su llovizna de luz
serena que envuelve a las nubes nocturnas en sus pasos fragantes y apresurados,
como si le rindieran pleitesía a la bella luna risueña que destila su brillo
sedoso y perfumado; así mis pensamientos se funden en el cuadro nocturno
viviente que despliega su arte natural y perlado, con toques magistrales de un
ensueño vibrante, en un tiempo cristalino y renaciente cual fresco fuego satinado.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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