¿Cómo puedo no creer
en ese amor de repente,
si lo he vivido contigo,
mi gran amiga perdida?
Te conocí una mañana
buscaba algo pequeño
y te encontré a ti, mi dueña,
esperándome en la nada.
No emitiste ni un sonido,
muy despacio te acercaste,
te ceñiste a mi cintura
y yo perdí la cordura.
Como si mundo no hubiera
más allá de mis caderas,
tú te soldaste a mi cuerpo
hasta que dije: te quiero.
Todo el mundo sintió miedo,
ante tal acercamiento.
Todos, menos tú y yo,
que asumimos ese amor.
Tu fuerza me desbordaba
y por el suelo rodaba,
para acabar abrazados
y, como no, algo babados.
Nunca nadie me adoró,
como me adoraste tú.
Nunca nadie me cuidó,
como me cuidaste tú.
Tu voz cual trueno sonaba
si algo me amenazaba,
mi enorme enamorado,
mi mastín napolitano.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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