domingo, 10 de mayo de 2020

MADRE CAMPESINA.


Con puntualidad de amanecer
como el celeste canto de los gallos,
la madre campesina
comienza su ingrata jornada.
Patrona de la intemperie y del alba,
reina herida en su trono de barro.
Te llevo acunada entre mis brazos,
estoy viajando leve
por el mapa rugoso de tus manos
y bebo el vino amargo que inunda
las cisuras de tus párpados;
no quiero romper
tu espejismo de lirios llanto amado,
porque es el grito que rebasa,
el jarro inmaculado de la arácea.
               
Te dejo entre mis versos;
río de la memoria que no olvida:
la vaina del frijol como cofre de sueños,
los capis desgranados en tus faldas,
primicias solariegas de un ayer que ya no encanta,
estos puñales dulces
con los que abro tus atezadas venas,
el pájaro que afina su lira entre los hualles,
la esfinge de mi padre con su azadón al hombro
y el río que horada la fuente del pasado.

El viento que cabalga los signos del presagio
llevando en su morral tu áspera fragancia,
te canta con mil labios, el poema más bello,
esparce entre tus manos la oración de las aguas:
redímenos en tus manos virgen nuestra;
tus manos que llevaron el pan del sacrificio y la ofrenda;
curandera, sabia machi, profetiza o guerrera.

Venimos de tu sangre morena y empedrada
y el oscuro pelaje aborigen que nos vive,
resiste los embates de un tiempo
que día a día va mudando los caminos.

Te debemos madre mía …
madre de toda América
la canción de las parvas, seis lunas menguantes
decretando el nacimiento de semillas
desde el peñón del cielo,
el baile de la rueca
en su sueño ancestral de hilos y nostalgias.

Madre nuestra, de la ingrata simiente que se aleja
madre de tantos hijos sin padres,
muéstrale a Dios tu rostro
ennegrecido de ausencias,
tus brazos cansados de batallas perdidas,
dilatados de sombras y cenizas,
la ortiga amarga de tus labios …
el sol detenido en tus caderas de paridora fiera.

¡Oh dríada mía de solitaria belleza!
cómo mueres alejada de tus robles,
de la algazara de tu voz serena.
Para ti esta pequeña ofrenda,
esta sangre compartida
para honrar tu marchitada frente,
para avivar tu candil bajo la tierra
y levantar el fruto de tus arcanas manos,
sobre las frías mesas urbanas …
Diáfana arquitecta de la santísima pobreza;
los labios de mis versos
para tus encanecidos párpados de lirios,
para el dormido aquilón de luz que me gravita.





Autor
Antonio Carlos Izaguerri.  

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