Sale del horizonte, avanzando a un sepelio
parece
el ocaso su manto despliega y vela
ocultando el pasado que culmina tedioso
mira la bóveda negra y su costal abre
como campesino cuyo grano infecundo
se agota ante prolongada sequía
esparce puñados de perlas
que temblando quedarán suspendidas
mientras cavila cuántos hoy
cuántos anhelos más nobles
henchidos de amor
despegarán hacia ellas
Para su manto ajado por tanta rutina
busca hilos, brillos de fantasía
con qué poder remendar
en los parques callan cigarras y grillos
Recorre canchas, estaciones de metro y de bus
el mismo miedo y tristeza en las calles
en las casas herméticamente cerradas
en las copas y el humo
de bares y discos donde la juventud
sin ideales se hunde
dando rienda suelta a sus bajos instintos
Ocaso se recuesta aguzando su olfato
el aliento es tan denso
que lo aprisiona contra el suelo
por las alcantarillas la tierra agoniza
no hay alimento fresco sino empacado
no hay animal silvestre sin perseguir
los árboles pierden brillo y color
el ruido hace eco recorriendo
arterias de ojos artificiales
Y el pobre ocaso no tiene rocío
donde refrescar
su rostro marchito
se levanta, enrollando su manto
no hay pájaros que lo despidan
pierde la voz, otro día empieza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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