Con el mismo tesón que me mereció tu amor,
con la misma entrega con que el rojo se da al
azafrán,
con la cálida dulzura de quien sabe amar,
con la entereza de la longanimidad,
con el suave y sonoro recitar de un poema,
con el murmullo que embelesa a los sentidos,
con la verdad que se revela en un abrazo,
con la magia esperanzada con que se pide un
deseo,
con la colorida estampa de un jardín floreado
y con el terciopelo de las manos dado en una
caricia,
con todo, te amo como nadie ha sabido hacerlo.
De que me sirve hablar si no me escuchas,
de que me sirve esta pasión si mi mano jamás
visitará al encaje que te ciñe,
para que tu carmín de fuego si nunca lo
ahogaré con mis besos,
qué sentido tuvo abrir la puerta de tu secreto
si no puedo entrar en él,
para que tanto amor si no llegará hasta ti.
Eres la razón bendita por la que sacrifico mi
alma,
la heredad de Dios dada a los hombres,
fantasía encarnada para yo vivir mi sueño,
baluarte que me hace enfrentar al mundo,
obra perfecta para un cielo de violines,
inspiración que al mundo me hace a diario
conquistarlo,
pausa perfecta en el transcurrir del tiempo,
aroma de paz recibido en un abrazo,
causa de luz para mis ojos,
vino exquisito y afable para embriagarme en
tus labios,
tentación inexpugnable que alcanza solo el
amado
y vigor que me mantiene siempre unido a tu
lado.
Déjame atracar tu puerto hasta robarte el
alma,
desinhibe tu sonrisa y entrégala a la pasión,
descansa en mis brazos el recreo de nuestro
amor
y enciérrame en un abrazo de brazos y piernas,
satisface el instinto que por amor es un don,
comparece en la sabana que guarda tu desnudez,
y déjame de a poco,
muy de a poco,
beber el manantial de tu piel.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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