Quiero que guardes silencio
para que escuches mi voz
diciendo que voy sintiendo
lo que te estoy escribiendo
al ritmo del corazón.
Lee despacio este llanto,
desnuda de condición,
abierta, libre, escuchando
el sentir que va manando
de este pobre corazón.
Yo estaré lejos, muy lejos,
quizás donde el horizonte,
donde el sol es el reflejo
que le acompaña en cortejo
al sonido de tu nombre.
Quizás nos separe un mundo,
quizás el tiempo y el aire,
un mar de interior profundo,
un navío sin su rumbo,
el mismo sol de la tarde.
Quiero decirte que siento,
tanto como siento el frío,
no poder darte el momento
de fabricar un reencuentro
que se quedará en vacío.
Es tan grande tu recuerdo
que en mi memoria no cabe,
y por ello a veces pierdo
detalles que fueron ciertos
pero que olvido un instante.
Las manos llevo vacías
de tu piel ya postergada,
sobresaltadas y esquivas
por no darte las caricias
que por ti van dedicadas.
Mis pasos son peregrinos
por sendas de caminantes,
caminan sin ser camino
por un mundo sin destino
al que voy para buscarte.
La lluvia moja mi frente,
las lágrimas mis mejillas,
pero mi ánimo es valiente
aunque en el río me encuentre
de los males de la vida.
¿Dónde estás? Que no te encuentro,
dónde descansa tu voz,
dónde he de llegar primero
para ganarme un te quiero
dicho por tu corazón.
A la luna que me mira
por la noche le prometo
que no pasarán los días
que no pretenda, alma mía,
encontrarte en los espejos.
Me he parado en esta orilla
a descansar un momento
y he llenado mis pupilas
con la luz de una sonrisa
que me dedicó tu cielo.
Aquí dejaré lo escrito
para quien venga después,
que sepa que no te olvido,
que te quiero y te he querido
y por siempre te querré.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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