Aquella tarde, mientras el sol fluía sus rayos
sobre las copisas ramas de los árboles y los pájaros reinaban sobre el cielo
azul del parque; en un banco detrás de la pileta, frente a una casona que hoy
abre sus puertas para deleitarse de una amena y buena conversación con los
libros que gratamente esperan de una visita. A pocos más del medio día cuando,
en una hora propicia para darse una siestecita, me senté en unos de los pocos
bancos desocupados a tomar el sol, cuando de pronto una persona de historia y
sabelotodo, digo sabelotodo porque a esa edad son unos sabios, se sentó a la
otra esquina del banco, a medio metro de distancia, y sin apuro me lanzó una
pregunta: ¿joven si el genio te concediera un deseo en este momento, qué le
pedirías?. En ese momento, a la edad que uno tiene, tal vez, pediría tener
mucho dinero, o estar con la mujer del que me enamoré, o tener buena salud, o
mejor aún una casa grande con dos autos modernos y un trabajo estable u otras
vanidades que se me podría ocurrir. La verdad solo sé que respondí con unas de
estas opciones y el viejo que aún permanecía inmóvil con la mirada profunda
solo atinó a decirme, ¿estás seguro de ello?, ¿por qué no lo piensas un poco
más y me dices lo que realmente te gustaría pedir y que se cumpliera ese
deseo?. La verdad, me tomé un tiempo más y volví a responderle algo parecido a
lo que había respondido la primera vez.
Después de unos segundos, finamente
silenciosos, el viejo me dijo, si yo tendría que pedir un deseo a estas alturas
de mi vida sería nunca llegar a viejo. No es bueno ser viejo, todos te
descuidan, dejas de ser imprescindible, el amor y el cariño ya no lo sientes,
todo ello te son ajenos, la familia te quiere, pero no como antes, los hijos
solo cumplen la obligación de alcanzarte algo, porque sienten que es su
obligación. Unas décadas atrás eras el amo y señor y podías hacer lo que
te plazca; ahora te arriman a un espacio
reducido de tu propia casa y toman decisiones por ti, y es triste estar así,
saber que todo lo que habías conseguido, ganado y construido ya no son tuyos,
lo único tuyo que tienes, y eso también hay que dudarlo de alguna manera es un
nicho. Ojalá nunca llegues a viejo, me dijo con su languecina voz. Vive todo lo
que puedas vivir y disfruta de cada segundo, pero vívelo ya, no esperes más.
Finalmente dijo, sabes: ves ese nido de aquel árbol, ahora son tres
integrantes, desde ayer no lo veo a aquél pajarraco, celoso y bullero que por
más de una semana, a estas mismas horas, hacía guarda. ¿Será que se habrá ido?
o ¿tal vez murió?. Es raro que ahora no esté aquí, es curioso porque no son
humanos y nunca se abandonan como nosotros.
Después de una prolongada y profunda
conversación, me despedí del sabio y aún hoy... sus palabras suenan en mi
cabeza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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