Abre tu corazón,
de par en par, tus ojos,
la mirada a lo lejos,
también al interior.
De la idea a la mente,
de puertas siempre abiertas
y abiertas las compuertas,
del pecho a la razón.
Una luz cristalina,
radiante en la mirada,
la nítida retina,
libre como la nada,
una luz vespertina,
que alumbra sin pudor.
La melodía prístina,
de una bella canción.
Corazón dolorido,
preso en el gris oscuro,
errático latido,
buscando otro dolor.
Una música eterna,
que viajando sin rumbo,
va enlazando los nudos,
completando el amor.
Sentidos matutinos,
que en lo desconocido,
van cubriendo el camino,
vislumbrando el final.
Una voz, como trinos,
que con otro destino,
contumaz peregrino,
que quiere al fin llegar.
El sutil pensamiento,
atrapando el momento,
de ese bello jardín.
Unos brazos abiertos,
siempre fieles y atentos,
para abrazar al fin.
Un ágil filamento,
al socaire del viento,
flexible bailarín.
Abre las fuertes manos,
que alcancen la verdad
y un rosario de manos,
uniendo a los humanos,
ciñan la humanidad.
La cadena de amores,
de versos engarzados,
gritando libertad.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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