Un lugar del corazón,
donde germina el respeto.
La voz que vive en el centro,
fabricando la razón.
El ayer construyó el hoy
y en el pasado de hoy,
se pergeñará el mañana.
A donde quiera que voy,
el presente siempre gana.
Siempre vuelve lo pasado,
de aquel inhóspito sueño,
donde el recuerdo pervive.
Su voz cavernosa gime
o rabiosamente airada,
hace presente sus fines.
Ladinamente dirige,
sus dardos a quienes viven.
Los pasos que se quedaron,
impresos en la memoria,
son jalones en la tierra,
sobre el asfalto que aflora.
Caminata sin paradas,
que va dejando las huellas,
de la vida que soportan.
De olor a sudor se impregnan.
Se van quedando miserias,
en las repetidas gestas,
hambruna que va enquistando,
de los cuerpos su osamenta.
El poder así doblega,
con el miedo a quien protesta.
Al sonido de clarines,
la muerte se manifiesta.
El verso salió del cuerpo,
sobre la mente y los huesos,
sobrenadando en la sangre,
que hierve en su recio encierro.
Sobre el sonido el silencio,
que altera rictus y nervios,
en el rostro demudado,
la libertad se hace un hueco.
Amores quiere el humano,
y pitanza en sus adentros,
un hogar donde dormir,
libertad de pensamiento
y la verdad sin lamentos,
para sentir y vivir.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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