Pétalos de la ilusión,
brillantes como el anhelo,
de porcelana los dedos,
que acarician el amor.
Satinados los recuerdos,
que permanecen en flor,
eternos como el misterio.
Reflejos en el jardín,
donde viven los deseos,
crecen forjando modelos,
para imitarlos al fin.
Savia nueva en el sendero,
para aprender a vivir.
En los latidos los besos
y en el aliento, sentir.
Cerró los ojos de Luna,
para mirarse por dentro
y en la oscuridad brilló,
la razón de su tormento.
Fingió la luz que era sombra
y engañar a la razón,
más descubrió en su interior,
como una saeta prístina,
luz de Luna como el Sol.
Amó devorando el mundo,
cual suculento manjar
y halló en su glotonería,
la esencia de los demás.
La luz en la lejanía,
la sombra en el caminar.
Sombras y luces caminan,
abrazándose al andar.
Vibran errantes latidos,
asonantes como el ritmo,
de un perenne deambular.
El insondable destino,
entre latidos se va,
cual perdido peregrino.
En las procelosas aguas,
donde las vidas se agitan,
vive el verbo, a su pesar.
Como briznas de esperanza,
el amor se abre camino,
agrandando sus sentidos,
desafiando a sus ansias.
La ternura se hace un hueco,
entre pasión y falacias,
un mar de rizados vientos,
vapuleando los cuerpos.
El halcón inició el vuelo,
abrazándose a los vientos.
Su majestuoso movimiento,
venció la atracción del suelo.
Así levita el amor,
sobrevolando en el tiempo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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