lunes, 3 de agosto de 2020

AUDAZ Y SUICIDA LÁGRIMA.


El sonido del silencio,
bello encuentro,
tierna aurora,
frágil caricia que llora.
La flor naciente así aflora,
bella prematuramente.
Verde esencia que atesora,
en el corazón silente.

Gota a gota, sin descanso,
la vida sin tiempo brota
y es más cálido su canto,
si su nacer es más denso.
No sufre el viento si azota,
con la fuerza de su acento
y no emponzoña la sombra,
ante la luz sanadora,
no vence el grito al silencio.

Lágrimas que el sentimiento,
en los instintos rezuma,
también desborda la risa,
gotas cálidas salinas.
Habla la vida sin ruido
o ruidosamente brama,
para clamar su destino,
el silencio la reclama.

Audaz y suicida lágrima,
que vertebra las heridas,
fagocitando el dolor,
en los ríos de sus días.
Húmeda sangre alcalina,
ácida en su recorrido,
abrochando los dolores,
en el cenit del delirio.

Sueña en silencio el sonido,
con ser melodía, no grito,
abrazado a la conciencia,
como al pecho lo hace el niño.
Sintonías de colores,
de matices variopintos,
vertidas entre los sones,
de la vida y sus principios.

Amar sin mácula quiere,
quien se ofrece en sacrificio
y dolores no escatima,
ni evade aliento y suspiros.
El corazón no se arruga,
ni es el amor más sencillo,
todo cambia, todo muda,
sin hacer apenas ruido.

Enseñó la tierra el vientre,
carne abierta al infinito,
órganos fluyendo inertes,
en sangre envueltos sus hijos.
La voz queda o agrietada,
de gritar durante siglos.
Sedujo al ojo el abismo,
como la tierra al instinto.

Flor de esencias que arrebatan,
con su aroma al ser distinto.
Perfume de sus entrañas,
que ofrece sin sacrificio.
Espejo de los errores,
en el cristal, siempre vivos.
Amor que naciendo crece,
preso entre sudores fríos.




Autor
Antonio Carlos Izaguerri.

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