Recuerdo aquel día eclipsado por la tristeza,
cuando rogaba al cielo desraizar tanto dolor,
podía resistir hambre, sueño, miedo, carencia,
mas no hallaba
fuerza para soportar desamor.
Había escuchado que el amor todo lo soportaba,
alguien me dijo que si era real, no causaba
pena,
el rechazo se comprendía, ofensas se
olvidaban,
con satisfacción serviría, mi existencia sería
plena;
pero se esfumaron los años exigiendo atención,
justificando comportamientos, avivando rencor,
ignorando las traiciones, postergando la
acción
de, al respeto y al amor propio, rendirles
honor.
Tras mi sempiterno duelo, la frialdad se
manifiesta
y también la prepotencia que alienta al cinismo,
ante la cruel desconfianza las emociones hibernan,
la magia es enterrada entre amargura y pesimismo.
Y en momento perfecto llegas. Es intrigante,
pues al mismo tiempo que conozco tu infierno
e insistes primero a tus demonios presentarme,
igual pueda percibirte como misterioso
recuerdo;
utópico e infantil, afirmar
que ya te conocía
o que tal vez te buscaba, exacto como eres,
así luchando contra el romance y la fantasía,
permití al tiempo morir, entre dimes y
diretes;
sin embargo, justo el romance y la fantasía
impasibles, precisos, sin metas ni acuerdos,
logran acompasar en nuestra diaria rutina,
certeza y duda; ahora es cómplice el tiempo.
Y así te amo, aunque fuerte es la palabra,
la que ha perdido el sentido en estos días,
la que depone mis argumentos, mis armas,
presenta al perdón, vuelve amable mi vida.
Nos amamos entre amistad y confianza,
entre benevolencia, alegría y servicio,
que me alegran con cada meta que alcanzas
y permiten agradecer el dolor antes vivido.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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