De la vida que pasa,
rezumando promesas,
a quien vive a su aire,
nadando entre riquezas.
Quienes saciados viven,
devorando a quien piensa,
de la bula que fluye,
mientras muere la esencia.
El necio vive ausente,
camuflado en su cáscara,
vestida de colores,
de aparentes certezas,
de ciencia infusa y torpe,
de verborreas y chácharas.
Solo el nombre se nombra,
si el estúpido piensa.
El poderoso gime,
si le quitan su hacienda,
mientras nace la hambruna,
por su hambre avarienta.
No se sacia quien llena,
sin pensar, su despensa,
quien de riquezas vive,
ajeno a las miserias.
No sabe del amor,
quien no se arriesga,
a abrir su corazón,
sin frenos ni reservas,
No sabe del amor,
sino de guerras,
quien del hambre de otros,
vive y medra.
No sabe del amor,
quienes vegetan.
De prebendas se ufana,
de presunción se airea
y en su corto pensar,
en su ego se recrea.
De quien mira su ombligo,
ausente de belleza.
De plástico una flor,
de hermosura, su ausencia.
Amor de fantasía,
que entre rastrojos queda,
pernicioso placer,
engañosa presencia.
Sus trazas de hojalata,
de arpillera su ciencia.
De andrajos sus anhelos
y de trapo su esencia.
¡Ay!, quien pudiera,
bañar de sencillez y de belleza,
la enorme sordidez,
que vive y medra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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