Una fina línea los separa,
dolor y amor reunidos,
inestable equilibrio que levita,
cimiento firme a veces,
otras, leve pluma al socaire,
de tiempos y de embates.
Así, por fin unidos,
en un anochecer, de vigor renacen.
Sempiterna canción, que el viento acerca,
a oídos de ilusión que se recrean,
plegadas las pestañas a los ojos,
sin ver, que por latir el corazón,
en ocasiones, al sentir no piensa.
Un vaivén de temores y sospechas,
una locura que arrastra la razón,
un vendaval que abraza y que se aleja.
El mar sin compasión te abduce,
en su vientre te acoge y te desangra.
Pasión, que cual tifón arrasa,
que seduce, que liba y desfallece,
que zarandea sin piedad y sin plegarias.
Un torbellino, que atrae y desmadeja,
un polvorín pendiente de la brasa,
una pasión que explota y que despeja.
En la frontera de la carne se aposenta,
bailando entre los surcos de la mente,
tejida la pasión de los amantes,
en la urdimbre de los hilos que la cosen.
Frontera de deseos y caricias,
en las lindes del amor que se desea.
La fina línea, que la ilusión traspasa,
buscando la esperanza que la impele.
Busca insaciable el norte el caminante,
perdido en las burbujas de su encierro,
cárcel y prisión de sus anhelos,
en las jaulas mortales que le cercan.
No se cansa el amor de estar presente,
tozudo, pertinaz y resistente,
flotando sobre el mundo penitente,
en el viento sutil que le desea.
Amores y pasiones siempre amantes,
de dolores y pesares revestidos,
de locuras y aventuras recubiertos,
en las frágiles neuronas de sus mentes.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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