Ensimismado en su ser,
vive el ser, siendo cautivo,
de la ignorancia de él mismo,
sujetos al recio suelo,
anclados pisan sus pies.
Va transmutando su forma,
va mutando su quehacer,
y hasta la mirada cambia.
No llega la inspiración,
la etérea musa se ha ido,
abandona la crisálida,
la ninfa deja su nido,
piel vieja del corazón,
retorcidas emociones,
chocan como átomos locos,
en un frenético giro,
buscando el huidizo gozo.
Cansado de caminar,
busca una sombra el viajero,
un roble ofrece su cuerpo,
y en su sombra acomodado,
medita el tiempo pasado,
mientras le mira el presente,
con ojos de desenfado.
La sombra del roble enfría,
su insistente calentura.
Qué trasnochada locura,
qué poder que te arrebata,
qué inspiración desbordada,
sueña con ser emoción.
Un instante microscópico,
crea con ansia la pasión,
sale de su cerrazón,
ligero como una pluma,
liviano como una flor.
Piensa quien posee riqueza,
que es su posesión la vida,
más no gana la partida,
quien a su antojo la apresa,
con desinfladas promesas.
El sudor de otros la engorda,
la sangre de otros la aviva.
El poeta es de nosotros,
las riquezas son ajenas.
El amor así mitiga,
la constante desazón,
la insondable sinrazón,
la cansada travesía,
el inquietante dolor,
la libertad constreñida,
y el devenir de los años,
bálsamo que a todo aviva,
con su extraordinario don.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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