Estallido de las hojas,
aplauden vivas al viento.
Sonoras palabras mágicas,
de los atrevidos ecos.
Entre las ráfagas de aire,
castañetean las albarcas,
pisando el barro y el cieno.
El agua seduce al grano,
de la enamorada playa.
Abanican las pestañas,
dando a la pupila viento,
iris espejo que baila,
con la sigilosa lágrima.
Brilla atenta la mirada,
fundiéndose con la pátina,
y va escalando sin celos,
mira al abismo que llama.
Piensan los labios jugosos,
la esencia de los adentros,
manantial entre los ojos,
boca sedienta de besos.
Dice lo mismo la mueca,
hablando muda lo cierto,
y se rinden los matices,
al sentimiento y al gozo.
Baila la sombra en la tierra,
hollada por su gemelo,
acompasada la danza,
de la vida y su reflejo.
El amor destierra al odio,
con caricias y zarpazos,
y se enamora la vida,
de lo auténtico que alcanza.
Van llamándose los años,
como peregrinos locos,
buscando el siguiente paso,
camina el tiempo azaroso,
marcando el ritmo a su antojo,
y van quedándose atrás,
sin mirar huellas y enojos,
conquistas y desengaños.
Se balancea la esperanza,
péndulo eterno del tiempo,
sentidos alborotados,
sentimientos que se abrazan,
temores en el subsuelo,
mudos, atentos, sin ojos.
Amores en la semblanza,
de sus caprichosos modos.
Calma chicha en la mirada,
serena tarde de otoño,
placidez de la templanza,
en el lago de los ojos,
infinito en la entrañas,
mente que llena vacíos,
promesas que cuelgan fatuas,
vacuas voces de alabanza.
El Sol con la Luna baila,
en la danza de la vida,
mientras el amor se encarga,
de edulcorar sus andanzas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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