Enemigos de la Tierra,
que por llenar las alforjas,
la vida no les importa,
salvo que sea la propia.
Llena el rico su despensa,
el pobre busca y no encuentra,
calmar su necesidad,
y así, no vale la ciencia,
tan solo, la humanidad.
Temor que anida en el hueco,
entre sombras al acecho,
un ladrón en la penumbra,
un halcón que desde el cielo,
busca su próxima presa.
Tan solo el conocimiento,
atenúa la sorpresa,
y sin temor, frena el miedo,
a lo ignoto, a lo que atenta.
El canalla induce al miedo,
que inocula sin sospechas,
y va dejando una huella,
imperceptible y auténtica,
si el corazón no está atento,
así, parasita el nervio,
y va sometiendo al necio,
atravesando la vida,
deja al distraído, indefenso.
Temores de pesadilla,
que irrumpe como aguacero,
que apresa a lo que palpita,
que altera el plácido sueño,
o que reduce la vida,
a una tormenta maldita.
No camina el ser, patina,
en una pista de hielo,
donde no es dueño, es señuelo.
Entre el amor y el respeto,
queda flotando la vida,
que atesora en cada instante,
lo que nace, lo que vive,
lo que crece y lo que asciende,
solo quien anclado queda,
vive en la bruma inconsciente.
El amor salta fronteras,
que pretenden achicar,
lo que más grande se engendra.
Temores en el zurrón,
de los terrenos baldíos,
donde no llega ni el Sol,
mente y huesos ateridos,
mientras se quedan vacíos,
sentidos y corazón.
Solo si arrecia el amor,
se va allanando el camino,
y la inocencia del niño,
salva lo bello y lo vivo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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