Todo se queda pequeño,
cuando el infinito mira,
todo se agranda y se estira,
cuando quien mira es pequeño,
más allá de lo finito,
más grande parece el día.
La mar, besa cada grano,
de la playa que la espera,
y las arenas bailando,
agradecen sus caricias,
entregada a sus abrazos,
cada ola es un enigma.
Y de la efímera espuma,
el bello rostro surgió,
como una ninfa translúcida,
un suspiro del amor,
de una fuente cristalina,
como un néctar de ilusión.
Del Universo emergió,
coros de voces nacieron,
pletórico el Sol brilló,
y un lucero amaneciendo,
prestó su luz sin pudor,
y enrojeció el firmamento.
El cielo cerró los ojos
para mirarse por dentro,
y vio danzar al amor,
con el corazón latiendo,
preludio de la emoción,
que bullía en su interior.
Buscó la lágrima el rostro,
miró el aire la pupila,
y se llenaron los ojos,
de la verdad que nacía,
y en su mirada suicida,
quedó reflejado todo.
Quiere el beso ser la lanza,
y la voz quiere ser daga,
quiere el amor ser la balsa,
que contracorriente vaga,
quiere ser la mano el remo,
y los ojos la esperanza.
Como amapolas los versos,
sabedores de injusticias,
conocedores del tiempo,
sin ponerse de rodillas,
y un rosal pleno de espinas,
crece junto a la templanza.
Se va quedando pequeño,
el tiempo que nos separa,
y el verso va endureciendo,
las cuerdas de la guitarra,
canto y grito, seduciendo,
para vivir lo que falta.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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