El recuerdo más reciente,
ocupa todo el espacio,
los más lejanos se esfuman,
o difuminan sus rasgos.
Las penas son de nosotros,
en nuestras cabezas presas,
y las rozaduras quedan,
en el corazón impresas.
Canción de cuna y de sangre,
sangre de cuna viajera,
de sus pulsos mensajera,
en sus latidos sincera,
nómada de sus sentidos,
de sus sentidos de fiera,
deja la Luna en la cuna,
sus argentarias maneras.
Entre lo viejo y lo nuevo,
se queda quien bien navega,
rema sin pausa y sin pena,
al mismo tiempo que piensa,
su andadura es su velero,
que las velas bien despliega,
con el empuje del viento,
rompe el amor con su fuerza.
Desborda al sueño el recuerdo,
que hace ojivas para verlo,
vigilante impenitente,
de suaves bordes de velo,
llama al tiempo para verle,
y en su alocado desvelo,
hace señas sin saberlo,
muescas que anuncian su celo.
La mar se ha dado la vuelta,
para mirarse por dentro,
líquido rostro convulso,
en sus airados cabellos,
mira al intruso que rompe,
las olas de sus secretos,
y del tifón se enamora,
anuncia a gritos su cuerpo.
Amores de contrabando,
mar agitado y sincero,
que no camuflen su ímpetu,
con abalorios ni enredos.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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