Y al romperse.
En mil pedazos.
Deambula en el espacio.
Y Cada trozo.
Reclama su eslabón.
Su par,
que le dará la fuerza.
De esa forma.
Busca incansable.
En soledad, perdido.
Como el ave a su bandada.
Desorientada,
sin rumbo fijo.
Solo marchó.
Buscando su destino.
Y en esa soledad.
Los huecos de su alma rellenaba.
Más siempre,
alguno vacío se quedaba.
Busca el marino,
su rumbo en un sextante.
Busca referencias en el cielo.
Busca de las estrellas el consuelo.
Y en la ansiedad que le domina.
En su búsqueda fija su destino.
La razón se ha burlado.
Se mofa del que medra.
Del que deja de perseguir su esencia.
Pues al verse a sí mismo abandonado.
Pierde la razón de su existencia.
Explora un atajo el caminante.
Que mitigue el cansancio que le agota.
Perdido el rumbo.
En su cuaderno anota.
Anota las piedras,
que en el camino encuentra.
Marca su ubicación y de esa forma,
reconducir de nuevo su andadura.
Salta el delfín.
En majestuoso salto.
Libre y feliz.
Retando al océano.
Y en cada impulso que le eleva,
otro delfín salta a su lado.
Y con igual destreza.
Matemáticamente controlado.
Sombra que acecha.
Y luz que se vislumbra.
Confabulándose entre ellas.
La luz,
me deja ver lo que está oculto.
Y la sombra,
me oculta del que acecha.
El eslabón más débil de la cadena.
Fija su fuerza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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