desplegó la madrugada
y en soledad yace mi alma,
desierta…
Lujosa cúpula inmensa
presumió sin importarle
la agonía de mis ansias,
por ella.
Gime el viento perezoso,
canta el grillo en la maleza,
danzan silentes las sombras,
serenas.
Y en el cenit titilante
centellean las estrellas
y en voz baja, desvaríos,
se cuentan.
Cuando el hondo firmamento
me atrapa en su enredadera
empiezo a soñar despierto,
de veras.
Y la evoca mi desvelo
cincelando mis ojeras
y la imagino a mi lado,
muy cerca.
Ella es océano y prado,
es manantial y es rivera,
es colina y riachuelo
y es selva.
Y a veces, si estoy de suerte,
por estas horas se acerca
y me devora al amarme,
cual fiera.
Perdido me hallo en su pelo,
zozobrando en sus caderas,
delirando si amorosa,
me besa.
Náufrago de sus pasiones,
consumiéndome en su hoguera
vivo el éxtasis del éter,
que vuela.
No precisa en nuestras citas
mi adorada Cenicienta,
de cristal unos zapatos,
ni perlas.
Y no escapa a medianoche
ni la asustan las tinieblas
sino que justo en lo oscuro,
me llega.
Y en sus visitas nocturnas,
cual ángel de primavera,
alas bate en mis pupilas,
que esperan.
Sobre mis sienes cansadas
se acomoda y se hace dueña
y el fragor de mis angustias,
consuela.
Pero teme a la alborada
que le envidia su belleza
y con áureos resplandores,
la ahuyenta.
Súbito, al rayar el día,
se desvanece y me deja
suplicando, como un niño,
que vuelva.
Triste entonces, a Dios clamo
que alivie en mí, la hosca pena
y que mi noche de ensueños
sea eterna;
que detenga el universo,
que ate a los astros, cadenas
y niegue al reloj del tiempo
su arena.
Es Cenicienta del Alba
de ondulante cabellera;
ánima ingrávida y fatua,
que quema.
Y es su partida cual daga
que abre mi carne y cercena,
de ser feliz, mi esperanza,
postrera.
Llegado el nefasto instante
levita ante mí, se eleva
y en rocío se transforma
y en niebla.
Se difumina en el aire,
se disipa, se libera
y de su adiós, solo el eco
regresa.
Y la aurora, al horizonte,
de mil colores impregna;
la madrugada es historia
y estela.
Nace el sol y su bostezo
calla al grillo en la maleza
y en su abandono, está mi alma,
desierta…
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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