martes, 5 de noviembre de 2024

EL RELOJ DEL TIEMPO.

Frente al mueble viejo,
en el living,
un guardián silencioso,
de madera y polvo,
 
se yergue el reloj,
un gigante antiguo,
cuyo tic-tac marca
el ritmo de la vida.
 
El tic-tac,
una danza de la cuerda,
un ring que resuena,
limpio y preciso,
 
un despertar que se extiende
en el silencio,
y una campanilla que canta
el tiempo.
 
Máquina de tiempo,
deteriorada,
como la máquina de un humano
anciano,
 
han pasado años,
siglos quizás,
piezas reemplazadas,
pero siempre de pie.
 
Junto al mueble viejo,
testigo mudo,
transcurriendo el tiempo,
marcando las horas,
 
como quien marca los pasos
de la vida,
el viejo reloj,
fiel a su destino.
 
Y cuando el olvido
lo envuelve en silencio,
detenido en el tiempo,
sin cuerda ni latido,
 
su pintura saltada,
desgastada por los años,
aún refleja la historia
que ha vivido.
 
Reloj de mi vida,
que marcaste mis tiempos,
olas de anhelo,
risas, felicidad,
 
triple tristeza,
llanto, y también esperanza,
fuiste mi fiel compañero,
mi guía.
 
A pesar de la distancia,
te observaba,
cada minuto, cada hora,
cada instante,
 
porque sin tu mirada,
no sabía la hora,
y cada vez que te necesitaba,
ahí estabas.
 
¡Oh, reloj! ¡Tan rápido
pasó la vida!
Tan fugaz, como una ola
que se retira,
 
y hoy me encuentro,
en la meta de partida,
igual que tú,
con el tiempo a mi lado. 




Autor 
Antonio Carlos Izaguerri 

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