Me encanta verte dormida, tan quieta, tan mía,
como si el mundo cediera al fragor de tus sueños,
y en ese descanso, en suave armonía,
me recuerdas que en ti se disipan mis miedos.
Tus párpados caen, y en silencio profundo,
te veo abrazada de la calma y el viento;
como si fueras un tesoro en este mundo,
mi amor, mi locura, mi único aliento.
Al verte despertar, con ojos de cielo,
me descubro más necio, más débil, más preso,
de ese instante en que el alba besa tu pelo,
y pienso: “qué ironía, soy suyo y confieso.”
Déjame entonces vivir cada aurora,
verte dormida, verte en tus alas,
y en cada despertar seguiré esta historia,
donde amarte es mi paz y mi trampa más clara.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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