Un amor devastador
Se rige sobre la tierra,
Los elementos manipulados.
Son emisarios
De tribulaciones y bienestar,
Un niño alquimista
Reside en el interior del espíritu
De un poderoso vidente,
Crueles fueron todos sus maestros
Al ocultarle la magia
Que su alma jamás puede controlar,
Traidores y desleales fueron
Al entrenar en las ciencias ocultas
A la antítesis de su ser,
Preparada ya está la rival
Cuyo poder no radica en sus conjuros,
Sino en la magia negra
De su umbría esencia.
La Espada de la Diosa de los bosques
Le fue concedida al Mago,
Solo ella es reconocida
Por los elementos y cada
Ser vivo reinante en la tierra,
Solo ella, en su espíritu,
Posee el poder de la razón;
Del fondo del averno,
El príncipe de las tinieblas,
Su báculo le cedió a la Bruja,
El mismo encierra
El poder fantasioso del mal,
Enfrentados inconscientemente
La distancia los mantuvo
Ajenos al conocimiento previo
De sus cuerpos, de sus almas;
Dioses, semidioses
Y sus maestros en constantes
Pruebas de vida, inquietan
A la muerte a que los cobije
Bajo su manto,
Ambos inocentes de la existencia
De cada uno, recorren
Valles, bosques, comarcas,
Lagos, mares, continentes,
Desiertos y reinos.
Él, colmándolos de sabiduría,
Armonía y paz,
Ella… caotizándolos,
Atestándolos de dolor,
Miseria, hambre, muerte y terror,
El preludio de una gran batalla
Los invocó a conocerse, a mirarse…
Ignorantes del poder
De la verdadera magia
Que reside en sus almas
Y, presa del calor abrasador
Que solo el cruel
Sentimiento del amor provee,
A merced de su dulce guadaña
Rendidos cayeron
Siendo sus exquisitos esclavos en el odio,
Envenenados por un cariño,
Por una pasión inexplicables…
La guerra de los poderosos hechiceros
Está por comenzar,
El principio del fin,
Al bien y mal adquirido.
En una noche
Que envenenada
Su brisa fría se entibio
Con un danzar y respirar,
Lujuriosos los dos,
Ella invadió el corazón del bosque
Sonde El Mago adquiere
Au poder, mirándolo todo,
Detenidamente su alma
Se dejó cautivar
Por un conjuro diferente
Que Él desconocía,
Aquel que jamás
Necesita de palabras,
Aquel que no es sonido,
Que sale de los labios,
Aquel que tiene el poder del alma,
Porque es la misma quien
Emerge del interior
Para construir o destruir
Todo cuanto le rodea
O siente es amenaza;
La danza sensual
Advierte la presencia
Del espíritu al vidente,
Su desnuda figura
Lo reta a un duelo de pasión,
De aberración y de amor,
Seducido El Mago en un mantra excitante,
Inflamable transforma el aire que La Bruja respira,
La cual, al abrir los ojos,
Tiene en frente la esencia del Mago
Aprisionando su cuerpo,
Fuego y agua buscan fusionarse,
Así, la luna, los viejos robles y nogales,
Testigos fueron
De una lucha desbordante
De los cuerpos, de las almas
Sobre el manto gris de la muerte.
Ignorantes del poder
Se la verdadera magia
Que reside en sus almas,
Y presa del calor abrasador
Que solo el cruel sentimiento del amor provee,
A merced de su dulce guadaña
Rendidos cayeron,
Siendo sus exquisitos esclavos en el odio,
Envenenados por un cariño,
Por una pasión inexplicables…
La guerra de los poderosos hechiceros
Está por comenzar,
El principio del fin al bien y mal adquirido…
En el siglo VI las fuerzas
Del bien y del mal se enfrentaron,
Las almas nobles ascendían al firmamento
Dejando en el campo de batalla
Sus pesados cuerpos,
Su tibia sangre, sus recuerdos,
Sus esposas, sus hijos
Y todas sus armas,
Los hechiceros se enfrentan
En lo alto de la Montaña del Destino,
Mortalmente heridos,
Debilitados por los conjuros y su magia,
El amor emana
El aroma de su sangre plateada,
Mirándose fijamente,
Prisioneros cada uno
En los ojos se encarceló,
En sus respectivas almas.
Traicionado fue El Mago
Al ser besado por La Bruja,
Pues en ese mismo instante
Con su mano le perforo el pecho
Extirpándole el corazón,
En el mismo instante, El Mago,
Súbitamente en ese beso absorbió
Todo el poder del alma de La Bruja,
Y en un meditado conjuro silencioso
Con el poder de sus manos
La transformó en piedra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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