Que bellas son tus manos.
Tan frescas y flamantes para la pasión.
No son puras, sino que, sutilmente atrevidas
se varean por los ríos cálidos del remilgo,
como si no tuvieras control sobre ellas…
Observo, hipnotizado, el péndulo rosado
de tus finos dedos que, en loco vaivén,
difuminan de mi pupila tus uñas que son
como coronas de nácar sobre tus yemas.
Imagino tus manos peregrinar mi cuerpo…
En un ansí de goces inconfesables
derramarse, lúbricas y terrenales,
como ámbar resinoso sobre mi piel.
Las vislumbro raudas y humedecidas
enramando los vértices exaltados
de mi erguidez fecunda en la anhelante
espera del níveo espasmo postrero.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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