jueves, 2 de noviembre de 2017

FUISTE TORMENTA EN MI CALMA.

FUISTE TORMENTA EN MI CALMA.

Me prometí no volverte a escribir. Como también me prometí olvidarte y no volver a buscarte. Sólo logré cumplir con la última. Y aunque no te olvido, hoy pude comprobar que mi duelo ha terminado. Por circunstancias ajenas a mí, transité muy cerca de donde vivimos juntos grandes y felices momentos. Momentos que aún guardo con recelo en mi corazón, porque son los que me demostraron en su tiempo, que aún tenía la capacidad de querer con toda el alma, muy a pesar de mis heridas, muy a pesar de mi pasado y de mis fantasmas.

Fue inevitable no recordar el día en que apareciste en mi vida. Cuando te miré y me propuse que nos presentaran. La ocasión en que tontamente busqué un pretexto para por fin poder hablar de frente. Nuestro primer beso tierno y a la vez arrebatado. Nuestras comidas juntos. Las interminables charlas. La complicidad que nos hacía conectarnos aún más. Las locuras que este sentimiento nos llevó a hacer. Nuestro único e increíble viaje juntos. Mi perseverancia para permanecer en esta ciudad, a tu lado. Los planes y sueños que al final de cuentas no logramos concretar.

Bien dicen que recordar es volver a vivir y hoy viví de más. Sonreí en todo momento, aún más al recordarte a ti. Con esa chispa de locura y diversión en tus ojos. Esa manera tan desenfadada y divertida de afrontar la vida. Recordé las mil y un manías que tienes. Como la forma desesperada de comer. Tu chiflido que anunciaba tu llegada del trabajo. Tu desesperación por quitarte inmediatamente la camisa cada vez que llegábamos de algún lado. La forma tan sutil que tenías para seducirme y el don de hacerme caer siempre.

Te recordé con esa imagen dura de ermitaño, la cual fue cambiando conforme pasábamos los días juntos. Yo decía NO, pero la vida se aferró a que terminara diciendo un SÍ. Y pinté las paredes de colores. Soñaba más despierta que dormida. Me sentía orgullosa al caminar a tu lado. Un solo mensaje tuyo cambiaba radicalmente todo mi día. Podía perderme por horas en tu mirada o permanecer en silencio en mi lugar favorito, tus brazos. Ninguno planeó o buscó que las cosas sucedieran así. Estábamos tan encerrados cada uno en su propia burbuja, pero inconscientemente con la necesidad de volver a creer, de confiar y de entregar todo a otro ser, que eso nos llevó a ser todo y nada. Al menos a mí me sucedió así. No hubo nada que no te entregara de mí, y aunque probablemente hoy lo dudes, lograste obtener lo más puro y valioso de mí, mi corazón.

Al principio acepté las condiciones de nuestra ¨relación¨, eras especial para mí, pero en ese momento no estaba segura de lo que quería. Y como broma del destino lo supe demasiado tarde. Te perdí cuando más enamorada me sentía. Cuando te habías convertido en la razón de mi sonrisa en la mañana. En mi sueño más amado por las noches. Te perdí y con ello me perdí. No fue fácil para mí asimilar tu ausencia. Los primeros días sé que te hostigué con mil mensajes y llamadas. Deseaba más que nada en el mundo arreglar las cosas. Comenzar de nuevo, juntos. Prometí cambiar todo lo malo que no te gustara de mí, volver a ser la mujer que te encantaba.

Te pedí iniciar desde cero, desde el momento en que nos conocimos. Fue inútil…

Todas mis propuestas fueron rechazadas. Te busqué y lloré frente a ti en repetidas ocasiones. Te hablé de mis sentimientos con la franqueza que nunca había mostrado con nadie. Me miraste rota. Sin ilusiones. Sin ganas de continuar sin ti. Sin esa chispa de vida en mis ojos. Con las mejillas pálidas e inundadas en lágrimas. Y aun así dijiste: -Hay alguien más-.

No me elegiste. No elegiste nuestros días, nuestras alegrías, nuestra historia. Con la mirada me pediste que te dejara volar. Y cómo más grande prueba de amor, lo hice. Tu mirada reflejaba victoria. A pesar de ser yo quien te había reconstruido, tú me estabas destruyendo con esa decisión, pero no te lo reproché. Me di la vuelta y no supe nunca más de ti, sólo aquello que miraba en redes sociales o los comentarios que personas allegadas a ti hicieron un par de veces en presencia mía. Me refugié en mi soledad. En nuestras fotografías. En el libro que me regalaste y que leí una y otra vez hasta aprendérmelo de memoria. Recorrí cientos de veces los lugares a los que fui alguna vez contigo, con la esperanza de encontrarte de nuevo.

Cuando decía ¡YA NO MÁS! tropezaba nuevamente con tu recuerdo. No sé qué dolía más… Si escuchar hablar de ti o tener que fingir que ya no eras importante. Te recordaba y te pensaba todo el día. Por las noches te soñaba despierta y finalmente me quedaba dormida llorando, hablándome de ti. Te escribí un mensaje de texto diario durante 90 días. Nunca respondiste uno solo.

Un día cruelmente alguien me dijo: -Está en una relación formal-. Me dolió pero ya no podía quebrarme más. Estaba sumergida en el abismo de nuestros días pasados. Opté incluso la descabellada rutina de llegar de trabajar y hacer comida para ambos. Dejar tu lado de la mesa intacto. Dormir la siesta con algo abrazado imaginando que eras tú. Leer una y otra vez mis escritos en voz alta imaginando que los escuchabas. Después me quedaba en silencio esperando a que me dijeras qué corregir o modificar. Te enviaba mensaje de buenos días aun cuando sabía que me tenías bloqueada y escuchaba una y otra vez tus audios imaginando que estabas presente, conmigo. Si mi teléfono sonaba quería creer que eras tú. Si un auto se estacionaba afuera de mi casa, corría a verificar si era el tuyo.

Un día desperté con la sensación de un gran vacío y soledad. Me miré en el espejo y noté años de más en mi persona. Me pesaban los pensamientos y me desgarraban el alma los recuerdos. No era yo. Y no deseaba seguir en ese pozo de profunda oscuridad. Guardé tus fotografías y borré todos los mensajes. Me incorporé a varias actividades que me ayudaran a tener mi mente alejada, de ti. No transité más por lo lugares que frecuentamos juntos. Dejé de lado las amistades en común y me olvidé de la tonta rutina que había adoptado. Poco a poco me puse de pie. Junté los pedazos de mi corazón y lo armé de nuevo. Quedaron huecos que hasta hace poco aún dolían si te recordaba, pero que no volvieron a tumbarme. Comencé a salir y a conocer gente. Volvía a sonreír y eso, me sentaba bien. Volví a escribir. Terminé y publiqué al fin la historia que inicié por ti. Y aunque parezca increíble, todas aquellas personas que la leyeron quedaron satisfechas en qué ¨yo¨ me hubiese quedado con alguien más; lo cierto es que en la realidad te hubiese elegido a ti, más nunca tuve ese privilegio, tú elegiste por los dos y tu decisión fue irte de mí.

Hoy mi calendario ha marcado 107 días sin ti. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez, lo sé. La verdad no te he olvidado, pero te he superado. Lo supe hoy… Cuando a pesar de la corta distancia que nos separaba, mi corazón ya no quiso salirse en busca de ti. Cuando a pesar de los recuerdos que invadieron mi mente, no me puse nerviosa ni se aceleró mi respiración. Cuando la sola idea de que pudiésemos encontrarnos y cruzar miradas me fue indiferente.

En verdad me dolió en lo más profundo de mí ser cuando terminó nuestra historia. Porque fuiste tormenta en mi calma. Locura en mi cordura. Puntos suspensivos en mi punto final. Error en mis aciertos. Veneno en mi cura. Soledad en mi compañía. Piedra en mi camino. Mentira en mi verdad. Y quizá por ser contraste en todo lo que yo esperaba o deseaba encontrar, te convertiste en mi rayito de luz, ese por el que perdí la razón, la noción del tiempo y el control de mis sentimientos.

Si hoy te tuviera frente a mí, no te reprocharía nada. Te confirmaría lo que tú muy bien sabes, pero que yo no supe demostrar… TE QUISE con todas las letras y el sentimiento puro que la palabra implica. Con todo mi corazón y mi ser. Te quise tanto que los recuerdos más bonitos los llevo en mi corazón. Te quise tanto que hoy y siempre te he de desear lo mejor. Escribir me gusta tanto como haberte querido, porque me recordaste que dentro de mí, llevo a la mujer romántica y cursi que entrega todo por amor si el hombre es el indicado. Te dedico una sola palabra: ¡GRACIAS!




Autor 
Antonio Carlos Izaguerri.  

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