Tarde soleada cálida,
Viento apacible manso...
El río de mis emociones pareciera vuelve a su cauce,
El mismo rápido ha traído su recuerdo a mi mente,
De aquella mañana de septiembre
Y de cómo llegó ella a mi vida,
En esta tarde hermosa de noviembre.
Recuerdo el primer encuentro
Nervioso simplemente la observaba
De una forma discreta,
Su belleza inigualable me atraía,
Piel blanca, sonrisa tierna
Expiraba seguridad, plena se le veía.
Su rostro enamoraba,
Feliz, bella, un ser humano diferente...
Ojos negros imponentes a la luz del día,
Su alma blanca, intacta y pura,
Nunca me imaginé que esto pasaría.
Todo en una envoltura pequeña
De un metro y cincuenta y siete...
Su cabello corto negro a su cuello...
¿Quién no querría ser su dueño?
¿Ahora como la sacaría de mi mente?
Perfecta de pies a cabeza
Temperamento, solides...
Combinaba cada prenda vestida,
Incluyendo sus aretes...
Yo de unos treinta y tres
Ella cruzando los treinta y siete...
Ambos, con vidas independientes
Cada quien con su cada cual,
Y con los pequeños retoños
Que la vida nos ha visto dar.
Así empezaba la pequeña historia
Aquella mañana de septiembre
Nunca me imaginé, que habría de tocar sus labios,
Nunca me imaginé apreciarla en el tiempo...
Nunca me imaginé escribirle versos,
Ni mucho menos quererle como le quiero,
Aún siendo este amor prohibido y todo lo que siento.
Me he enamorado de un imposible
De la perfección de sus letras, sus textos,
su risa, su locura, sus ojos,
sus manos, su corazón, su alma,
su esencia, su cuerpo.
Y si me preguntan como sigo...
Yo sigo soltando letras en casi adviento
Simplemente sigo, sigo y seguiré,
Simplemente perdido, confundido,
Esperando su recuerdo fluya en el viento,
Y porque no, olvidarla en el tiempo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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