Del infierno surgió mi alma
arrasando lo celestial.
Entre cada paso que di
una basta cantidad de lágrimas
quedaron en el camino.
Mujeres rotas, destrozadas
por el dolor de no tenerme
a mí, un ente maligno,
un Dios del dolor.
Hoy la veo a ella
con su piel canela,
sus ojos de estrellas,
reflejos de lunas,
de luciérnagas cósmicas,
únicos.
Araño su belleza,
pureza que brota
de sus adentros,
desde la canción
que va dejando
en mi ritmo
su precioso corazón.
Me alegro de vivir
aún siendo dolor,
quiero estar en ella,
cultivar un girasol,
llenarla de flores,
pintar el mundo
con sus abrazos.
Mis alas consumidas en el infierno
florecen al pensar en su rostro.
La maldad de mi alma se desvanece
en una nube que se eleva
al sentir su olor entre la muchedumbre.
La purificación es difícil,
dejar el infierno de lado
es una odisea de Dioses,
pero ella lo merece,
un Dios que la proteja y ame.
¿Conozco su voz?
Sólo la he soñado.
O quizás la tuve a mi lado
en un momento
donde sólo veía nublado.
La querré en mis llamas.
Volaré hacia ella.
Caminaré con ella
en un jardín sin infierno,
donde nuestros besos
florecerán en un verso
que no termina jamás.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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