Con esta
larga soledad que me atribuyes, quizás más allá de una inofensiva utopía, esta
prisión de mi alma, que a tu modo de ver forma ya parte indisoluble de mi vida,
plena de melancolía y de pesadumbre, piensas que la vivo de forma impasible,
como si un siniestro decorado, conformara toda la trama de mi existencia,
intentando apagar mis ansias y anhelos que como desaforados torrentes corren
libres ya, en imaginarios oasis para ti desconocidos.
Me asaltan
remotos recuerdos que se acurrucan en mis entrañas, como trozos de mi memoria
que luchan por salir a flote en este batallar sin tregua por descubrir un nuevo
cobijo donde esparcir y mantener intactas todas mis añoranzas e incumplidos
deseos, surgidos en momentos de puras y amorosas melodías.
Me veo
capaz ahora, de arrebatarle a la vida en cualquier momento, todos los acordes
de una dulce sinfonía para romper está injusta soledad que me adjudicas. Y me
pregunto: "¿dónde fue a parar, tu ausencia, amor ausente?" Pues en
todo mi mundo siempre brilla la luz de tu inolvidable presencia.
Yo, sí
quisiera llegar a la nueva primavera con soles y cielos pintados de azul de
amor, en los que sólo brille tu lucero en las noches muertas de mi firmamento y
me duele tanto el alma de nombrarte, que temo llegar a ti, sin afligirte en tu
confortable y plácida morada, desde la mía, vacía y por tan poca luz iluminada.
La ruinosa estancia de tu ausencia, donde se aja el tiempo de los nuevos
deseos, sin lograr dar con el principio, ni el fin de nuestra nada.
Tu cuerpo
era el oasis de todas mis dichas y yo, valiente trashumante todavía, sigo
recorriendo tu camino rociándolo de besos para no olvidarte, pues no conozco
otro remedio que logre curarme de todos mis enfermizos anhelos.
Porque tú
eres la ventana por donde me adentro hasta tu alma que deambula por toda mi
casa, acercándome yo cada vez más, a la orilla de tu vida y poder así oír el
eco del rompeolas de una calmada playa, donde olvidarme del olvido de la nada
sin ti.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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