Su esencia desprendía tabaco,
una mezcla lúgubre y amarga.
El rostro que en su pecho recarga
con su cuerpo de resplandor opaco.
Se funde entre sábanas y sudor
despachando al quinto cliente,
solo una cosa cruza su mente,
Si fornicaba no era por amor.
Ya no sentía, ni dolor ni excitación,
ni el peso del hombre que jadeaba.
Morir, lo deseaba con anhelación,
esperando que el forcejeo cesara.
Cada noche desde hace años
justo en la esquina de la acera,
aguarda a aquellos extraños,
y piensa: “si tan solo una salida hubiera”.
Exhausta llega a casa
con escasos billetes consigo,
se recuesta, ve cómo su vida pasa,
y llora, empapando su único abrigo.
Despierta pidiendo al día acabar
y sale en busca de pastillas.
Espera con ellas su dolor acallar,
reteniendo lágrimas que humedecen sus mejillas.
No le alcanza para comer.
Dopada en vez de hambrienta.
Cae la noche, al igual que ayer,
caminando a la esquina que frecuenta.
Pasan los autos, y los hombres,
Y su cuerpo ya ni parece suyo.
Revolcado con aquel y el tuyo,
sin preguntar siquiera nombres.
Así termina su jornada,
preguntándose cómo llegó allí.
No lo sabe, está mareada
Y se desploma, cayendo justo ahí.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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