"¡Qué cosa más absurda llamarte imposible! Sin
necesidad de acuerdo previo, desde siempre coincidimos, primero en enamorarnos
fulminantemente y luego en esas menudencias que ensamblan la vida. Coincidimos
en política, en religión, en dedicación a nuestra casa y en cuidar uno de otro
cuando hemos estado enfermos y… ¡vive Dios que no nos han faltado sustos de
salud!. Juntos hemos disfrutado de los pequeños triunfos y juntos, codo con codo,
hemos sufrido, padecido y luchado, contra la variada injusticia que nos tocó en
el lote” "No hemos sido una idílica pareja de esas que nunca discuten.
Hemos discutido, nos hemos enfadado y nos hemos amigado, en fin, lo normal,
hemos vivido”.
"Sin embargo ahora estás imposible. Sentadas las
grandes bases, sin problemas irresolubles, te veo sonreír y hablar amablemente…
pero no conmigo. Mi presencia te agobia, mi ausencia te disgusta. Rechazas mis
iniciativas, te niegas a acompañarme (porque no te encuentras bien, me dices)
y, a continuación, sí que te encuentras bien para ir a ver a cualquiera que yo
no haya mencionado” "Si hay verdura, quieres pasta. Si hay pasta, quieres
arroz. Si hay sopa, quieres puré. Si te pregunto qué quieres, contestas que
cualquier cosa. Si dispongo “cualquier cosa” apareces con algo nuevo que tú has
ido a buscar”.
"Si hablas con
los amigos, no haces de correa de transmisión. Si yo hablo con ellos, te
molestas si no comento nada. ¿Te muestras correcto? Sí. Correcto y distante,
correcto y despegado. ¿Hablas conmigo? Sí, sin entablar conversación alguna. Si
muestro interés por las cosas que tienes que hacer, me contestas con vaguedades
o si alguna vez me contestas algo concreto… luego me reprochas que no lleve una
memoria exacta de lo que has dicho”.
"Si me acerco a ti, retrocedes porque te parece que te
mando o que te fiscalizo. Si procuro mantenerme distante, acaba escapándosete
algún suspiro como de pena. Si te pregunto, me contestas algo bien críptico y
abstruso, que me suma en la indignación o en la tristeza… No sigo por no
convertir esto en una salmodia de insignificancias cansinas, que aburrirían al
más pintado. Tiene que bastarte esta muestra para comprender por qué digo que
estás imposible”.
"Como triunfante final, has decidido que tenemos que
“repensar” nuestra manera de vivir y cuando te contesto que no tengo nada que
pensar, que sé muy bien lo que quiero y cómo lo quiero vivir, te empeñas en
adjudicarme un no entendimiento que, sencillamente, no existe. Lo mejor de los
años es que nos curan de nuestras propias debilidades, así, cuando éramos
jóvenes, yo, mujer, era mucho más emotiva y tú, hombre, mucho más cerebral.
Ahora, mayores, yo me he curado del romanticismo y tú, con toda tu sapiencia,
sientes que se te trastabillan las meninges. ¿Por qué crees que existen esos
matrimonios claramente ventajosos para ellas y tremendamente ridículos para
ellos? ¿Los de los señores de sesenta con las jovencitas de treinta? Porque las
jovencitas de treinta están dispuestas a alcanzar esas ventajas contando a sus
talluditos maridos… lo que ellos quieren oír. Me temo que yo no soy Sherezade,
sino una mujer real, con las creencias firmes, las torpezas reconocidas y
aprecio más el sentido del humor que ese sentido trágico de la vida, muy docto
para citarlo, pero plúmbeo para vivirlo”.
"Puedo afrontar un problema, puedo tratar de resolver
una situación, pero no sé jugar a este juego escurridizo y tonto que no
entiendo, a pesar de que se hayan escrito muchas novelas basadas en esto mismo:
la irreconciliable sincronía del amor entre un hombre y una mujer. Las que yo
recuerdo estaban escritas por reputados escritores, hombres al fin y al cabo,
que arrimaban el ascua a su sardina, creyéndose el colmo de la sabiduría. Yo no
quiero ni reconocimiento, ni salir ganando no se qué pelea, prefiero arrimar
las sardinas a la plancha común y comérnoslas con ajito y perejil… ¡Mmm,
deliciosas!”
¿No te apetecen?"
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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